- Amigo lector comparto a continuación los cuentos de mi creación, inspirados en vivencias y anécdotas personales.
AGONÍA EN LA SELVA
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Había una vez un pueblo, cuyos habitantes no sabían
trabajar de otra manera más que cortar los árboles sin moderación, pescar en
los ríos utilizando plantas venenosas como el barbasco que arrasaba con todas
las especies que habían en el agua y sobre todo cazaban animales para venderlos o para utilizarlos en la
alimentación.
Un día don Jacinto y su hijo Juan cargaron las escopetas y se dirigieron a la montaña en busca de la ansiada presa.Encontrándose en plena montaña donde sólo se escuchaba el trinar de las aves y el sonido de las hojarascas, veían pequeños animalitos y largas serpientes que disfrutaban del follaje y el calor de la selva. De pronto Don Jacinto miró en la copa de un árbol un enorme y temeroso pelejo (Oso perezoso) que estaba mirando al cielo y parecía orar, al escuchar a don Jacinto se inclinó hacia el suelo con sus ojos llorosos cuyas lágrimas se escurrían pidiendo piedad a don Jacinto.
Don Jacinto emocionado al ver al animal y pensando que sería un potaje sabroso, llamó a su hijo Juan y ambos apuntaron al animal, pero de pronto se dan cuenta que el pelejo sube más el árbol y carga a un
pequeño pelejito y se esconde en la parte más espesa de la copa del árbol.
Sin piedad disparan hiriéndole el brazo, pero el animal los mira intensamente como si pidiera misericordia, levanta el brazo herido y ensangrentado y lo muestra a los cazadores, luego mira al cielo como buscando desesperadamente la protección del creador, mientras que de sus ojos seguían saliendo lágrimas con gran abundancia como si llorara un hombre de dolor.
Juan comprendió el dolor y la desesperación del animal y
le dice a su padre: ¡Volvamos a casa, nos pide compasión, dejemos vivir a este animal! Tristes y descontentos deciden regresar, cuando sienten
caer una lluvia torrencial, con truenos y relámpagos dispuesta a golpear a los
cazadores.
Sin poder avanzar, cansados, se refugiaron al pie de un robusto árbol envueltos por la furiosa oscuridad que protegía a las especies de los depredadores en una lejana montaña, los cazadores cayeron en un profundo sueño como hipnotizados por la conciencia; al amanecer se encaminaron rumbo al pueblo, pero al llegar se quedaron tontos al ver todo el pueblo sepultado por una avalancha de lodo y piedras, las pocas familias que quedaron con vida, lloraban sumergidos en la desolación y se preguntaban ¿Por qué Dios nos ha castigado?, ¿Qué hemos hecho para disgustarlo a Diosito? Juan el hijo de Jacinto, un joven inteligente, respondió las preguntas y les contó lo que les había ocurrido el día que se fueron a cazar él y su padre.Todos quedaron conmovidos con la historia y acordaron cuidar los bosques, a los animalitos del monte, el agua de los ríos y las fuentes; y decidieron trabajar organizadamente para proteger el medio ambiente y para conseguir sus alimentos. Los sobrevivientes aprendieron que las personas dependen de las plantas y de los recursos naturales. |
ME QUEMARON VIVO
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Un día decidí salir caminando rumbo a un pueblo de la
selva, por un camino estrecho cubierto de frondosos bosques, árboles que tenían
una altura admirable; tenía que caminar tres días para llegar a la localidad,
por unos caminos estrechos y encasillados de vegetación, después de
caminar más de día y medio todo cambió, me sacudió el miedo y la tristeza al
escuchar como cantaban los pájaros melancólicamente.
Seguí mi camino, cuando de pronto el ambiente se puso desagradable, un olor nauseabundo, un aire asfixiante y el calor intenso que parecía que estoy llegando a un horno con mucho fuego. Seguí mi rumbo y encontré a un mono con el rabo quemado y muchas heridas, al verme corrió de miedo como si estaría viendo un monstruo y se ocultó por tras de unas piedras. No tenía idea de lo que había pasado, seguí mi camino a pesar del calor y me pude dar cuenta que muchos animales habían muerto y estaban en descomposición, a lo lejos observé una claridad, eran los rayos solares que golpeaban bruscamente a la naturaleza que aún quedaba, un territorio triste y desolado donde los árboles habían sido quemados por un hombre, y los animalitos que han sobrevivido a este incendio buscaban un nuevo refugio. Caminando, cansada y muy despacio, me encontré con ríos y quebradas casi secas, como si la escasa agua que quedaba era sangre de los árboles y de los animales muertos en el incendio. Avanzando un poco pasé por pequeñas aldeas que estaban habitadas con niños enfermos, cansados y sin deseos de vivir, las personas envejecían a temprana edad, tenían la piel manchada y arrugada, no había agua tenían que hacer profundos huecos en la tierra en busca de agua, pero todas las tardes cargaban costales con basura para llevarlos a la orilla de los ríos y así se encargaban de destruir su mundo. Seguí avanzando, de pronto llegue a un charco grande color rojizo, me detuve a mirarlo por un rato, pero un hombre gigante y desnudo con la cara hacia atrás y una soga enrollada en la mano salió del charco, silbó tres veces y me siguió siempre estaba mirando hacia atrás, tratando de atraparme con su soga, empecé a correr gritando muy fuerte y nadie me escuchaba, sólo los animales asustados y moribundos, y los árboles quemados vivos sin piedad. Asustada, con mi corazón que quería salir del temor y de tanto correr, me di cuenta que estaba enredada en las sogas de una planta y a punto de caerme a un abismo pero el gigante ya no me perseguía parece que sólo me quiso asustar. Regresé a mi casa asustado y casi loco lo conté a mi compadre Jonás, él me dijo habrá sido compadrito el shapingo (Diablo), que te ha querido llevar al verte sólo andando por ahí, pero yo más creo que es un ser misterioso que trata de cuidar a la naturaleza le dije, o puede ser que algún hombre se haya ahogado en ese lugar cuando quizá era una laguna, y su alma ahora está penando agregó mi compadre. Después de mucho tiempo regresamos con mi compadre y desde lejos vimos todo verde y caminábamos acompañados de la melodía de los pajaritos y el ruido suave de las aguas de los ríos, todo estaba hermoso y nos preguntábamos. ¿Quién estará cuidando el bosque?, ¿Será acaso el hombre desnudo que me persiguió? Pero los aldeanos nunca más intentaron quemar a los bosques. |
CÁSTULA
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Don Saturdino, un hombre de avanzada edad; acaudalado, gran
ganadero y reconocido por todo una comunidad campesina, también se desempeñaba
como maestro, dando clases y enseñando a leer y escribir a los niños de dicha
comunidad.
Vivía en la serranía del Perú, con un atuendo para el
intenso frío, con poncho tejido de la lana de la oveja, con su sombrero crema,
sus botas y un bastón de palo de quinilla porque tenía una pierna fracturada,
todas las mañanas se levantaba temprano y con su navaja rasuraba su barba
blanca y abría las puertas de su sala a donde acudían los niños y niñas para
aprender a leer y escribir.
Don Saturdino era un hombre admirado y apreciado por toda
la comunidad, los comuneros lo buscaban de padrino para sus hijos.Tenía mucha
gente a su servicio que cuidaban sus ganados por las alturas lo que ellos lo
denominaban “Los ganados de la cordillera”.
A veces sus peones, que así los llamaba, cazaban al oso o al cóndor que estaban a punto de devorar al ganado, después de matarlo lo amarraban las patas de tal manera que los palos lo pasaban por entre las patas atadas, que les facilitaba el traslado desde la cordillera hasta la casa del padrino, lo conducían a manera de procesión como un acto ceremonial deteniéndose constantemente para chacchar la coca y saborearlo con el cremoso preparado de cal que lo guardaban en el calero, el oso o el cóndor era cargado por los dos hombres más fuertes del grupo.
Don Saturdino y su mujer preparaban el chicharrón del oso
y comían todas las personas que se acercaban a la casa del hombre acaudalado. Doña
Antuca una de sus comadres que tenía diez hijos, siete mujeres y tres varones,
dijo:
“¡Compadrito! La Cástula que sea tu hija de verdad, para que lo enseñes modales y los trabajos dignos”.
Don Saturdino con tanta petulancia se llevó a la Cástula
que tenía siete años, desde aquel día Cástula dejó a su madre y fue a vivir con
su admirado padrino, dormía en el suelo sobre un cuero de oveja y abrigada con
su lliclla desafiando al intenso frío.
Cuando la Cástula estaba en un profundo sueño y los gallos cantaban uno tras otro anunciando el nuevo día don Saturdino la llamaba “¡Cástua, Cástula, Cástula!” Tantas veces hasta levantarla, porque tenía que llevar la manada de ovejas a pastorear, salía con los pies desnudos, con su lliclla y su sombrerito en la mano derecha, un pequeño palo a manera de bastón, como si Dios lo iluminara, el rebaño lo obedecía a la inocente Cástula, muchas veces pasaba la noche en la choza construida rústicamente con palos de la zona, rendijas gruesas y techado con el ichu, pajilla que crece en las alturas ubicada en la parte llana a orillas del río Imasa, dormía tiernamente en compañía de los susurros del río, cobijada con pullos que estaban llenos de pulgas.
Volvía de vez en cuando a la casa del padrino para
ayudarlo a la madrina a cargar el agua y la leña porque iba a comenzar la
cosecha de la oca, papa y habas. Nunca regresó a su hogar, su mamá jamás reclamó y Cástula
parecía no sentir, era como un pequeño juguete.
En las noches mientras su madrina preparaba la mazamorra
de maíz con chancaca, Cástula hilaba la lana de la oveja, preparaba la lana y
manejaba muy bien la rueca, a veces pensaba en sus padres y hermanitos, pero no
los decía; casi no hablaba solo contestaba con sí y con no.
Cuando Cástula tuvo diez años, dejo el pastoreo para servir a los hijos de su padrino que estudiaban en la ciudad, un día desapareció, todos echaban de menos el trabajo que hacía, pero no a la inocente Cástula. Nadie daba con el paradero de Cástula, al parecer lo había tragado la tierra, después de buscarla mucho, un día la encontraron ayudando en el mercadito a doña Anita a vender el mote, el chicharrón y el ají de rocoto, parecía feliz porque sus ojos brillaban y conversaba con doña Anita.
Los hijos del padrino lo ubicaron y lo regresaron
arrastrándola por el suelo. Cástula volvió a la comunidad al pastoreo de las
ovejas de su padrino. Esta vez estaba feliz porque volvió al campo y se
encontró con su rebaño y su perro, siempre salía muy temprano en esta vez
acompañaba a sus ovejitas cantando, saltando y silbando. En su canción decía:
“Hay mis ovejitas, que frío tendrán
con tanto nevada ya se morirán,
yo las cuidaré.
mis lindas ovejitas,
yo las cuidaré,
porque con la lana,
mi poncho lo haré”.
Pero también decidió decirlo a su padrino para que lo
enseñe a leer y escribir en los días que no va a pastorear a las ovejas, porque
ahora Cástula comprende lo que es necesario para ella.
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