En la raíz de un árbol vivían muchos gusanitos, uno de
ellos era el más travieso, no se cansaba de bajar y subir por todas las ramas,
tenía la ilusión de trepar hasta la hoja más alta del árbol, una mañana se
levantó feliz, se lavó los pies con el rocío que caían por las hojas y empezó a
trepar, estando en un extremo de la hoja que se encontraba más alta, miró al
abismo, la hoja se hizo a un lado y el travieso gusanito cayó al abismo donde
habían muchas lagartijas. Lloraba y lloraba, al inicio todas lo miraban
asustadas porque nunca habían visto a un gusano de muchos colores, rojo, verde,
amarillo, morado.
El gusanito tenía miedo a todos, y no sabía qué hacer,
una de las lagartijas se acercó y lo dijo:
“Tienes que morir, ¿Quién crees que te
alimentará? aquí todos luchamos por sobrevivir, ves no hay agua, no hay frutos
no hay nada”.
El gusanito se lamentaba y extrañaba a toda su familia,
soñaba que volaba y lo veía a su madre y a su padre. No comió dos días, estaba
flaquito, muy agobiado se quedó dormido y soñó que había una fiesta donde
acudieron todos los gusanos, grandes y pequeños, bailaban y comían tan rico; pero
de pronto apareció una mujer que tenía el cabello formado con serpientes
multicolores, con los ojos en forma de sapos y en las orejas llevaba por aretes
unas garrapatas gigantes luciendo un collar de serpientes trenzadas y cuando
apareció la mujer todos aplaudían porque iba a hacer un milagro.
Todos estaban atentos al milagro, cuando la mujer empezó
a bailar y bailar mientras los gusanos y el gusanito estaban ansiosos por saber
de qué se trataba el milagro. La mujer dijo:
“Al que ve arrayar el día le daré alas
para volar y salir de este lugar sin sufrir”.
Pero a todos les dominaba el sueño. El gusanito estaba
atento y despierto con el fin de ganarse las alas y poder salir y vio a la
mujer introducirse en la tierra.
El gusanito se puso a llorar, en ese instante amaneció y
el gusanito se despertó y se dio cuenta que todo era un sueño.
El gusanito creció y todas las lagartijas fueron sus
amigas y lo protegían. Un día encontró una semilla de eucalipto, hizo un hoyo y
lo sembró. Todos quedaron felices al verlo crecer al eucalipto, pero pasó mucho
tiempo para que la plantita le sirviera al gusanito.
Un día mientras caían gruesas gotas de lluvia y fuertes
truenos, el gusanito intentó trepar al árbol, pero no pudo porque hacía muchos
años que no subía un árbol. Muy triste le dijo a la lagartija.
“Yo nunca más podré salir de este agujero”
“Yo nunca más podré verlo a mi mamá”.
“Me quiero morir”.
La lagartija compadecida le dijo: Sé valiente y todos los
días inténtalo, en uno de esos intentos saldrás, aunque yo sé que tendré mucha
pena cuando te vayas, yo me quedaré a llorar tu partida. El gusanito se quedó
en silencio y después dijo: “Saldremos los dos, allá seremos felices”.
La lagartija le dijo: “La felicitad está dentro de ti,
sólo búscalo y lo encontrarás, no es necesario salir”.
El inquieto gusanito le contestó con un gritó. “¡Quiero
verlo a mi mamá!” La lagartija le contestó: “Yo te ayudaré a salir”. Ambos se
abrazaron, y la lagartija lo cargó sobre la espalda y empezó a trepar el
eucalipto, llegando hasta el hogar del gusanito.
Desde lejos vieron que todo estaba arruinado, el gusanito
pensó que se quedó sólo, sin mamá, sin papá y sin hermanos; creyó que todos
habían muerto de pena de él. Suspirando, suspirando el gusanito dijo: “¡Tenías
toda la razón, todos mis seres queridos están muertos, que voy a hacer ahora
nunca veré a mi familia!”.
La lagartija muy preocupada lo abrazó y lo susurró al
oído. “Sé valiente yo estoy a tu lado y te quiero tanto.”
Siguieron caminando y de pronto vieron una planta de
ciruelo lleno de frutos. Treparon los dos y de pronto escucharon una voz que
les dijo: “¿Quién come mis frutos?” El gusanito curiosamente se acercó y dijo: “¡Mi
familia; Mi familia!”, y así el gusanito pudo encontrarse con su familia y
sintió la plena felicidad y siempre en compañía de la lagartija vivieron felices.